Absenta, ritual de fuego.

       Es un destilado aromático y amargo, de un verde nebulosamente amarillento que, al mezclarse con agua, se transmuta en un blanco opalescente. Se dice que la inventó en 1792 un médico francés que vivía en Suiza, Pierre Ordinaire.
Otros opinan que el invento era ya conocido y que, simplemente, fue Ordinaire el primero en comercializarlo. El segundo fue Henri-Louis Pernod, que montó Una pequeña destilería en Val de Travers, en Suiza, y después, en 1805, otra en Pontarlier, ya en Francia. En la guerra de Argelia, a los soldados franceses les daban absenta como preventivo contra la malaria y, de regreso a casa, se habían habituado a ella de tal forma que el consumo creció con rapidez. También influyeron en ese éxito los problemas con las cosechas de uva: el precio del vino subía y el de la absenta bajaba.

Fabricada a partir de ajenjo, a la absenta se la considera más emparentada con los narcóticos que con otros productos alcohólicos.
Dicen que uno de sus componentes activos tiene una estructura molecular semejante a la del canhabis, y que causa alucinaciones, deterioro mental e incluso esterilidad. La Enciclopedia Británica explica que los efectos nocivos de la absenta se deben a su alto volumen de alcohol y no a sus ingredientes específicos. Se cumple ahora un siglo de su momento de máximo apogeo. A finales del XIX la elite artística de París la consumía con fervor. En mayor o menor grado, han sido absentistas Toulouse Lautrec, Oscar Wilde, Charles Baudelaire, Verlaine, Rusiñol o Hemingway. El corte de oreja de Van Gogh se atribuye a una borrachera de absenta, en uno de esos prontos equivocados que hoy, en cambio, conocemos como “cocaine decisions”.

El caso es que empezaron a levantarse voces de protesta, sobre todo de sacerdotes y de vinateros. La prensa empezó una cruzada moral. Se formaron ligas contra el consumo de absenta. Por una vez, derecha e izquierda estaban de acuerdo. Los izquierdistas, porque arrebataba la dignidad a la clase obrera. Los de derechas, porque los que la bebían caían en el libertinaje. Surgió incluso la teoría de que se trataba de un complot judío para acabar con Francia. En 1905, un granjero suizo, Jean Lanfray, mató a toda su familia después de haberse pasado un día bebiendo vino, coñac, absenta y crema de menta. Pero los titulares de la prensa hablaron sólo de la absenta.

Eso fue la gota que colmó el vaso. El primer Estado que prohibió su fabricación fue Bélgica, ese mismo 1905. Le siguieron Suiza en 1908, Estados Unidos en 1912 y Francia en 1915. Los herederos de Pernod acabaron instalándose en Tarragona, produciendo absenta y bebidas similares, pero sin ajenjo -tipo “pastis”- que pudieran ser exportadas a todos esos estados que la prohibían y cuyos habitantes buscaban sustitutos lejanamente similares.
Tras la revolución de terciopelo, en 1990 una pequeña destilería checa -Randomil- empezó de nuevo a fabricar absenta legalmente. Durante estos años, Praga ha sido Una meca artística, literaria y juvenil. Lo que fue París en una época y Londres, Amsterdam o Nueva York, en otras.

De vuelta a sus países, esos jóvenes escritores, pintores o músicos, que han vivido el esplendor de su juventud en Praga, explican que fue ahí donde conocieron la absenta. Y como no quieren prescindir de ella, deciden importarla. En Gran Bretaña, por ejemplo, la revista literaria “The Idler” y un miembro del grupo de rock indie Jesus and Mary Chain han creado una empresa que se dedica simplemente a eso: a importar absenta de Chequia. Sale a unas 9.000 pesetas la botella y se puede comprar por Internet. Con toda su leyenda a cuestas, hay quien profetiza que será el narcótico de moda en los primeros años del XXI.

Redactor del articulo: Quim Monzó

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